Comentario
Saddam Hussein es un viejo conocido de la administración estadounidense. Desde hace más de veinte años, su figura ha estado presente en las apreciaciones que Washington tiene de Oriente Próximo, pasando por casi todas las categorías posibles de las relaciones diplomáticas: estrecho aliado en los años ochenta (administración Reagan), cuando inició una guerra contra Irán que fue acogida como un bálsamo por Occidente y los Gobiernos petrolíferos del golfo; y enemigo encarnizado (presidencia de Bush, padre), en 1990, cuando invadió Kuwait y se convirtió en un demonio mundial, comparado con Hitler. La nueva década vuelve a colocar a Saddam Hussein en el centro de la atención mundial, dado que el actual presidente norteamericano, George Bush, parece cada vez más decidido a terminar la obra que dejó incompleta su padre.
Los ya históricos acontecimientos del pasado 11 de septiembre han puesto en marcha un proceso que ha tomado nuevo impulso tras el éxito norteamericano en la campaña de Afganistán. Estados Unidos no sólo ha tomado conciencia de su papel de única superpotencia mundial, sino que, además, está perdiendo los pudores y complejos derivados del ejercicio de un poder semejante. Si durante mucho tiempo los Gobiernos europeos temieron la tentación aislacionista de Washington, esa tendencia cíclica a encerrarse en su espacio vital desentendiéndose de los problemas internacionales, en la actualidad, la preocupación se centra en el polo opuesto: el unilateralismo, la decisión de actuar de acuerdo con sus exclusivos intereses, sin tener en cuenta las opiniones de sus aliados, tanto europeos como, por ejemplo, árabes.
La definición de un llamado Eje del mal que, según el presidente Bush, está compuesto por Iraq, Irán y Corea del Norte, fue considerada en numerosas cancillerías europeas y árabes como el anuncio de una intervención militar estadounidense en Iraq, un segundo capítulo de la guerra contra el terrorismo internacional y los estados que los financian, que dan cobijo y que desarrollan armas de destrucción masiva. Nuevamente, las circunstancias pusieron en el centro del juego internacional a Saddam Hussein, el líder iraquí que había sobrevivido a dos guerras.